El virus que nos faltaba...




¿Vamos a Morir?


Por: Lilia Cisneros Luján
27 de abril del 2009

En la histeria colectiva -desatada por el manejo irresponsable y torpe, a juicio de muchos que todavía ponen a trabajar sus neuronas- del asunto de la "gripe porcina" que supuestamente es una mutación de la influenza común; hay consecuencias que todavía no se hacen evidentes. ¿Cómo manejarán los padres y maestros de niños escolares y preescolares el temor a morir? Además de la saturación mediática vinculada con una democracia que "crece", y con anuncios de condones y estimulantes sexuales que obligadamente los infantes asimilan en cortes de las barras infantiles; de una semana a la fecha ellos han aprendido que si van a la escuela "se pueden morir" no solo por el ataque de bandas de narcotraficantes peleando por territorios cerca de su escuela, sino también por un "bicho" del cual no es posible escaparse porque es nuevo, muy malo y más inteligente que los adultos responsables de garantizar la salud. ¿Midieron este riesgo, quienes sin decir ¡agua va! soltaron a la opinión pública, cifras aterradoras, aun no comprobadas, que al final del día se redujeron a 20 muertes asociadas con la influenza atípica?

Cual boomerang que regresa peligrosamente a quien lo lanzó, esta nueva versión indudablemente promotora del pánico, ha provocado millones de mensajes, difundidos por los medios alternativos, recordando los experimentos en contra de la humanidad, dando detalles del tamaño de negocios farmacéuticos que han monopolizado sustancias como el anís estrella, que son la base para medicamentos supuestamente eficaces para estos padecimientos –como el caso del Tamiflu vendido a ROCHE en 1996, por Gilead Sciences Inc, uno de cuyos principales accionistas es justamente Donald Rumsfeld, Secretario de Defensa de USA de George Bush- y cuyas ventas pasaron de 254 millones de dólares a más de mil millones en solo un año. También circulan por la red antiguas advertencias desoídas por sucesivos responsables de la salud en México acerca de los riesgos de haber desmantelado los centros de producción de vacunas en nuestro dolido país –como los analizados por el Dr. Manuel Servín Massieu, en un libro sobre guerra bacteriológica, cuya publicación ha sido boicoteada por los intereses transnacionales- y hasta las hipótesis terroristas –porque una célula de al'Qaida, vendió al cartel de Sinaloa materiales biológicos, o la cepa de experimentación transportada por error desde Canadá como aquella que anduvieron buscando hace unos años en todos los laboratorios mexicanos y que era para producir vacunas- y, hasta la fantasía de que la diseminaron los enemigos del imperio, para matar a Obama luego de saludar de mano a algunos connacionales.

Pero más allá de hechos comprobados como las personas que en 1918, murieron por la gripe española, el cáncer inducido en grupos de presos en cárceles norteamericanas de Maryland, Utah y Panamá en experimentos previos al lanzamiento de la bomba atómica, o los gases experimentales en el marco de las guerras de Vietnam, Afganistán, o Irak, (ver ensayo anexo de una servidora publicado en 2004), y el ántrax o las sospechas del origen en manipulaciones genéticas del VIH, el ébola y otras enfermedades de la vida moderna; lo positivo de este encierro forzado y sin muchas explicaciones, es la posibilidad de reflexionar en cuan frágil es la vida misma y a que grado de dependencia hemos llegado por la irresponsabilidad humana.

Cada uno de nosotros, presos en casa con nuestras familias, tenemos la magnífica oportunidad de ensayar otro tipo de vida, fortaleciendo las bases de la convivencia, cambiando el entretenimiento infantil de la televisión o el Internet incontrolados, por juegos creativos, aprendizaje de diálogo e introducción a la investigación.

Estos forzados días de inactividad productiva –que indudablemente van a agravar la crisis económica de México- nos permitirán discurrir acerca de nuevas formas de exigir el cumplimiento de nuestro derecho a la información y replantear metas vitales ¿de verdad el éxito está asociado sólo con la acumulación de bienes materiales?

¿Únicamente alcanzaremos la felicidad con un coche nuevo, un gran sueldo, viajes agotadores a los centros turísticos atestados y excesos en el comer, beber, vestir y actuar? ¿De que nos sirven prestaciones laborales que al fin de cuentas ni usamos, como los servicios de salud públicos denostados constantemente por los promotores de la privatización? ¿Serán las marchas y la violencia urbana la mejor manera de exigir de los ciudadanos electos y los funcionarios del ejecutivo, el cumplimiento de leyes ya vigentes, para evitar la comercialización de ropa usada, drogas, armas y personas?

¿Se resolverán estos problemas con normas autoritarias, regresivas y violadoras de los derechos humanos? ¿Qué será más grave, la cepa de este "nuevo virus desconocido para el cual no hay vacuna", o el "sospechosismo" de la torpeza e irresponsabilidad de quienes al parecer no han medido los resultados de noticias lanzadas sin información que de certeza al asunto? Y ante esta inminencia de la muerte en la que normalmente no pensamos ¿valdrá la pena –como dice la Biblia cristiana y la mayoría de los libros religiosos- acumular riqueza si al final perdemos nuestra alma? ¿Quién disfrutará de estos bienes si la humanidad se extingue como resultado de la ambición?