A once años de la muerte de Osvaldo Soriano


Historias que no se olvidan

Nació en Mar del Plata, un día de Reyes de 1943, en una modesta casa de madera sobre la calle Alvear. Hasta allí había llegado su padre, José Vicente Soriano, de origen catalán, para participar como empleado de Obras Sanitarias en la instalación de la red cloacal. Trece años después de ese caluroso día, una fría mañana, José Vicente despertó a su mujer, Eugenia y a su único hijo, Osvaldo, para anunciarles que se trasladarían a Neuquén. Entusiasmado, el hombre alto, de voz temible y pelo blanco, con el infaltable cigarrillo en los labios que lo asemejaba a Dashiell Hammett (el autor de "El halcón maltés"), les dijo que quería probar suerte en los pozos de petróleo en el sur del país. Eugenia y el pequeño Osvaldo lo miraron con resignación y fastidio. No era para menos porque así, de mudanza en mudanza, siempre por motivos laborales del padre, había sido y seguiría siendo la vida de la familia.

Llegaron a Neuquén y un tiempo después alquilaron un chalet en la esquina de Mengelle y Alem, en Cipolletti, donde actualmente funcionan las oficinas de la estatal Aguas Rionegrinas. Para Osvaldo, Cipolletti se presentaba ante sus ojos como "un verdadero Far West", con calles de tierra, sin librerías, con diarios que llegaban con tres días de retraso, ni siquiera un lugar donde escuchar música o ver alguna obra de teatro, y con sólo tres únicos entretenimientos: cine, carreras de motos y fútbol. "Queríamos madurar pronto y triunfar en alguna cosa viril y estúpida como las carreras de motos o los partidos de fútbol", escribió muchos años después en el cuento "Primeros amores", incluido en el libro "Cuentos de los años felices".

Antes de convencerse de que no tenía ningún talento para las pistas, Osvaldo se dio varios coscorrones a bordo de una ruidosa moto en la que portaba orgulloso el escudo de San Lorenzo de Almagro, el club del que era hincha.
No sólo llevaba la pasión por el equipo de Boedo en la moto sino que también la había trasladado a las paredes de su dormitorio. Orgulloso mostraba a sus amigos del barrio las fotos de aquella delantera azulgrana (Facundo, Ruiz, Omar Higinio García, Sanfilippo y Boggio), que sólo conocía por la revista "El Gráfico" o a través de los relatos de LU5 Radio Splendid de Neuquén. Osvaldo no soñaba sólo con jugar al fútbol y llevar el "9" en la espalda, también quería convertirse en relator de ese deporte a la manera de sus ídolos: Fioravanti, Alfredo Arostegui y Osvaldo Caffarelli, con quien intercambiaba cartas.

Discutía con su padre catalán acerca de su futuro: no quería ser ingeniero. A pesar de ello, José Vicente lo acompañaba siempre a los partidos jugara donde jugara, con la infaltable máquina de fotos Laica para retratar al equipo de su hijo. Precisamente su padre era el que ponía el dinero para comprar las camisetas (blancas con una raya roja similar a la de River) del equipo en que jugaba Osvaldo, llamado Defensores de Belgrano, junto a sus amigos Eduardo Garnero, Juan Carlos de Rioja, Juan Honorio, los hermanos Rosauer y Ramón Vásquez... Todos ellos se pasaban las tardes en el parque de la casa de Osvaldo tirando centros para que la metiera de cabeza o de chilena. "Como jugador era un centrodelantero voluntarioso, ponía todo en la cancha", lo definieron sus amigos y el propio Soriano se describió como "un nueve torpe pero goleador, capaz de agujerear la red o desmayar a un perro".
Osvaldo jamás le perdonaría a su padre haber tenido que dejar el fútbol en Cipolletti (también jugó en un equipo llamado Confluencia) y un pedazo de felicidad que es la adolescencia. Fue cuando la familia volvió a mudarse, esta vez a Tandil. Muchos años después, sin haber podido cicatrizar aquel dolor comentó: "El viejo era un luchador y nos llevaba de pueblo en pueblo porque creía que, a pesar de alguna caída, había un mañana mejor para la Argentina. Pero ¿por qué no me preguntó si yo quería vivir en todos los sitios adonde lo llevaba su trabajo?".

Un par de veces, no más de tres o cuatro, ya famoso periodista y escritor volvió a Cipolletti y en uno de esos regresos fugaces describió de esta manera ese universo de juegos y relaciones en uno de sus relatos: "Reconocí la puerta desde donde me llamaba mi madre, el rincón en el que se murió mi perro y el lugar de la calle en donde me atropelló un coche. Ése era mi jardín y ahí estaba mi Rosebud cualunque, erguido entre otros árboles. Si hubiera estado solo me habría subido de nuevo por aquellas ramas".

Fue en Tandil donde después de trabajar en una metalúrgica a los 21 años dio sus primeros pasos como periodista en el diario "El Eco de Tandil". En esa ciudad dejó de pensar que sería jugador de fútbol y decidió ser escritor. "Las dos actividades tenían algo en común: eran perfectamente inútiles pero muy placenteras", afirmó. Y se sumergió de manera caótica en la literatura; primero fueron "Los hermanos Karamazov" de Dostoievski, luego siguió con William Faulkner, Raymond Chandler, Ernest Hemingway...

Mientras escribía en "El Eco de Tandil", Soriano reescribía como ejercicio las notas del diario "La Nación" pero al estilo de las que se publicaban en "Primera Plana", la revista en la que quería trabajar. En una calle tandilense se cruzó con Osiris Troiani, quien formaba parte del staff periodístico de "Primera Plana", y le propuso que escribiera algo sobre la Semana Santa. De inmediato, Soriano se fue a Buenos Aires.

Su estilo fluido, simple y directo pero tan eficaz lo fue forjando desde el oficio periodístico. Su verdadera formación la obtuvo en las redacciones de los diarios y revistas más importantes de la época, como "Primera Plana", "Panorama", "La Opinión", tecleando las viejas máquinas Olivetti al lado de Tomás Eloy Martínez, Juan Gelman, Rodolfo Walsh, Francisco Urondo... Soriano siempre resaltó la experiencia en el diario "La Opinión", en donde trabajó entre 1971 y 1974 dirigido por Jacobo Timerman. Participó además en los dos proyectos que renovaron el periodismo argentino: el semanario "El Periodista" y el diario "Página 12", del que fue uno de sus fundadores.

Con la llegada de la dictadura, "el mal absoluto" como la definió, Soriano marchó al exilio, primero en Bruselas y después en París, en donde junto a Julio Cortázar, Hipólito Solari Yrigoyen y Carlos Gaveta fundó el periódico "Sin Censura", en el que se denunciaban las aberraciones y los crímenes perpetrados por los militares. Regresó al país con el retorno de la democracia. "Osvaldo Soriano fue protagonista de su tiempo histórico. Ni se refugió en la torre de marfil ni colaboró con dictadores ni tuvo doble mensaje con la ética. Pocos tuvieron su conducta en tierra argentina", escribió alguna vez Osvaldo Bayer.

Amante de la novela negra, de Raymond Chandler, Georges Simenon, Graham Greene, devoto de las obras de Roberto Artl, Adolfo Bioy Casares, el fútbol, la actualidad política y la figura de su padre fueron motivos centrales de los relatos que escribió en las contratapas del diario "Página 12" desde mediados de los 80 hasta su muerte, el 29 de enero de 1997, a raíz de un cáncer de pulmón a pesar de que pasó sus tres últimos años de vida con un cigarrillo sin prender en la mano, arrojando la ceniza en un imaginario cenicero...

Una obra sin sombras

Antes de su muerte, Soriano era el escritor argentino de ficción que más libros vendía en el país (dos años antes había firmado un contrato por 500.000 dólares con el grupo editorial Norma), sus obras fueron traducidas a veinte idiomas y tres de ellas llevadas al cine. Fue uno de los escritores argentinos con mayor repercusión popular, pero la academia lo ignoró.

Si bien sus personajes suelen ser perdedores sentimentales, construyó ese mundo con esos personajes vagabundeando en los pueblos pero sin perder el humor, acaso se burlaban de sí mismos pero no negaban su condición.

Devoto del cine y los gatos, estaba fascinado por las sombras y las luchas internas del peronismo, que logró reflejar notablemente en la novela "No habrá más penas ni olvido".

Soriano fue un verdadero creador de climas, retrató metafóricamente la realidad y la sociedad argentina. Con una manera simple de narrar, de contar, con un populismo efectista, incluido un humor negro, que conjugaba con un estilo rápido, seco -como Hemingway- y con diálogos apretados pero llenos de sorpresas.

Por qué no pensar que si escribía fácil y simple se debía a una actitud ética, a una manera de entender la literatura y, por qué no, la belleza literaria.

Los ecos de Raymond Chandler se advierten en esa prosa llena de metáforas poéticas y humorísticas, en diálogos agudos donde se filtra también el absurdo, el disparate, en medio de la peor derrota. Soriano elegía estar siempre del lado de las víctimas, de los perdedores.

Alguien dijo que leer la obra de Soriano es repasar la gran comedia humana argentina y que cada uno de los personajes de sus novelas y relatos tiene un mundo aparte, una historia a punto de estallar.

Uno de los puntos principales a resaltar de la obra de Soriano es que el escritor siempre recurría a ponerse detrás de los personajes que van narrando las historias sencillas. Humaniza a los personajes, los carga de profunda soledad, son la metáfora de los vencidos por las tragedias parti- culares de la historia argentina. Soriano representa la voz de esos hombres que deambulan, que marcan su destino desfavorable.

Es lo que prevalece en "No habrás más penas ni olvido" y en "Cuarteles de invierno". Para algunos "Una sombra ya pronto serás", "El ojo de la patria" y "La hora sin sombra" no tienen la fortaleza de las dos primeras, porque éstas pierden por la reiteración del estilo. Pero hay que rescatar la capacidad y el talento que tenía para pintar los períodos complejos de la historia argentina: el movimiento peronista en "No habrá más penas...", la dictadura militar en "Cuarteles de invierno". Soriano no explica estos procesos, le da al lector el espacio necesario para su interpretación. No se puede calificar su obra como perteneciente a la literatura política pero retrató como nadie el peronismo de los años 70. Cuando leemos a Soriano podemos sentir el placer que siente el narrador por contar la historia. Es como si el lector sintiera que existe un escritor que tuvo la suerte de estar presente para contarlo o para inventarlo. En su primera novela, "Triste, solitario y final" (1973), Soriano recrea la historia de Laurel y Hardy, los célebres el "Gordo" y el "Flaco", en la que también aparece Marlowe, un detective en decadencia. El "Gordo" y el "Flaco" hacen gala de las derrotas y el detective vive con tierna ferocidad su decadencia. Un periodista argentino deambula sin saber por Hollywood, no sabe para qué llegó allí. Osvaldo se apiada de los vencidos, Stan, Oliver y el personaje de Chandler le agradecen la compasión inmortalizando la historia en una bella obra.

La lucha feroz entre el peronismo de izquierda y el de derecha es el eje de "No habrá más penas ni olvido" (1978). Un fresco de esa contienda en donde aparece una excelente definición: "Yo nunca hice política, siempre fui peronista". En esa historia que se desarrolla en ese pueblo de Colonia Vela, Soriano describe con maestría cada una de las partes de ese movimiento peronista ya fracturado, enfrentado sangrientamente, y al correr sus páginas vamos viendo claramente las acciones del general Perón y de López Rega, "limpiando" el peronismo de izquierda.

En "Cuarteles de invierno" (1983), la soledad y la muerte envuelven las vidas de dos personajes: un boxeador y un cantor de tangos en los años de la dictadura militar. Lo escribió en el exilio, con dos protagonistas: un cantante de tango prácticamente olvidado (Galván) y un boxeador devenido a menos (Rocha), que son quienes describen ese momento histórico de la Argentina. Soriano no denuncia directamente el horror de la dictadura sino que, con una alegoría entre los personajes, metaforiza la historia argentina centrada en el boxeador que representa al pueblo y pierde la pelea contra un teniente primero del Ejército Argentino.

"En estas dos obras -dijo Osvaldo Bayer- está todo lo que era el peronismo, con el amor que tuvo él siempre por la gente humilde que sufrió la persecución. Para mí ésa es la mejor cualidad de él como escritor, el habernos entregado esas dos obras para que las generaciones posteriores conozcan lo que fue el peronismo".

Las desopilantes aventuras de un cónsul argentino en un remoto país africano se pueden disfrutar en "A sus plantas rendido un león" (1986), que el cómico Alberto Olmedo intentó llevar al cine; un libro que refleja el gran estilo y esa perfecta conjugación de melancolía y diversión.

Un hombre que vuelve del exilio encuentra en la ruta a otros compatriotas que quieren irse del país en "Una sombra ya pronto serás" (1990). Clásica novela de carretera. Soriano se pone en el lugar de la lente y observa la Argentina como turista sorprendido. Recorre caminos, se pierde en los pueblos abandonados y da vueltas en círculo sobre la piel del fracaso.

Humor negro, absurdo y realismo feroz se desenvuelven en "El ojo de la patria" (1992), en que Soriano cuenta la historia del cadáver de un prócer argentino enterrado en París y de quien debe traerlo. Novela policial, de espionaje, donde el detective Carré vive en París entre el mundo de la ley, la policía y el delito poniendo su vida en riesgo por la "gran patria argentina".

Después de "El ojo de la patria", publicada en 1992, Osvaldo Soriano sintió que era el momento de escribir una novela en la que el padre fuera uno de los protagonistas. De alguna manera, una extensión de aquellos artículos que aparecían en las contratapas de los domingos de "Página 12". Precisamente "La hora sin sombra" (1995), su última novela, está protagonizada por un escritor que trata de saldar las deudas pendientes con su padre, con las experiencias del pasado, con la vida y con la muerte. Aventura interior que tiene sentido en el reencuentro final. Soriano lo sintetizó mejor: "Un escritor que busca a su padre y se equivoca todo el tiempo y se va dando cuenta de cómo uno puede equivocarse frente al amor".

Sus artículos periodísticos pueden disfrutarse en varios libros: "Artistas, locos y criminales" (1983), artículos aparecidos en el diario "La Opinión" entre 1972 y 1974, "Cuentos de los años felices" (1993), con la relación con su padre, San Lorenzo y los hombres que hicieron la Revolución de Mayo como temas centrales, y "Piratas, fantasmas y dinosaurios" (1996), en donde conjuga el fútbol con personajes de la literatura y simples mortales.

Sin más novelas que leer de Osvaldo Soriano, sin más cuentos ni artículos ni relatos futboleros, sin contratapas de "Página 12", Soriano se extraña. Por eso seguiremos buscando sus ficciones, sus historias, nuestras historias, las historias de la Argentina, de aquellos que deambulan por las rutas, de aquellos que aún sueñan. "Estoy cansado, tengo más edad de la que he confesado y la enfermera se acerca para llevarme a cenar. Acá en París nos acostamos muy temprano y ahora que se acerca el invierno lo único que puedo hacer es mirar viejas películas, leer viejos libros y evocar viejos partidos. No tengan piedad de mí: la memoria, si veraz y violenta, es una materia exquisita", escribió en el final de "Casablanca".

Con los libros de Osvaldo Soriano nunca nos sentiremos tristes y solitarios.

PABLO MONTANARO - diario Río Negro. Publicado el 29-01-2008 en el blog http://cuervosdemadrid.blogspot.com/2008/01/osvaldo-soriano-historias-que-nunca-nos.html