Se fue un gran político, un luchador y un amigo

Gentileza Clarín Digital

Álvarez Guerrero rescató la ética

por encima de cualquier otro interés

A causa de una complicación cerebro vascular, falleció ayer el Dr. Osvaldo Álvarez Guerrero, actual Vicepresidente y Director del Instituto de Análisis Político de la Fundación Arturo Illia, donde también fue presidente.

Álvarez Guerrero, tenía 68 años y una extensa trayectoria política en la militancia del radicalismo local y nacional. Respetado intelectual de la corriente centro izquierda partidaria, fue reconocido y galardonado en el ambiente político, intelectual y universitario de la Argentina. Es, sin duda, una pérdida irreparable.

Su contribución como hombre público al sistema democrático, sus aportes a la modernización política, su inclaudicable lucha por los derechos humanos, su compromiso con la educación, y su honestidad intelectual serán parte de su inmenso legado.

Quienes hemos tenido la satisfacción de haberlo conocido, coincidimos en que también se nos fue una gran persona y un mejor amigo.

En su homenaje publicamos un artículo escrito en 2005 donde exponía con su agudeza acostumbrada la crisis del sistema educativo de nuestro país.

"Todos los hombres tienen igual inteligencia, todos pueden aprender, y el maestro puede enseñar lo que no sabe, instando al alumno al desafío de aprender por si mismo, obligándose a usar su propia inteligencia. Son tres consignas de la función del maestro emancipador que lanzó Joseph Jacotot, revolucionando la pedagogía hasta limites tan escandalosos que después de su muerte, en 1840, fue necesariamente olvidado. Su búsqueda, que trascendía lo educativo para incursionar en la política en su más amplia acepción, no era imponer la igualdad, sino verificarla: no se llega a la igualdad por la evolución educativa: la igualdad esta ahí desde el principio. Sólo hace falta ponerla en acto. La igualdad es un punto de partida, no de llegada. Esta suposición, esta ficción teórica, si se persiste en ella, si se mantiene en toda circunstancia, tiene revulsivos efectos sobre el orden establecido, tanto como la suposición de la desigualdad natural.

En un libro maravillosamente escrito, "El maestro ignorante" (Laertes, Madrid 2003), Jacques Rancière evoca la aventura de Jacotot, y revisa y actualiza aquella extravagante vanguardia intelectual en los tiempos en que se estaba reinventando la república moderna, después de la Revolución Francesa.

La emancipación de los pobres, decía el Prof. Jacotot en 1818 en un Colegio de Bélgica - donde estaba exiliado por la restauración monárquica - no es equivalente a la instrucción y formateo del pueblo. La igualdad es la inteligencia, una igualdad no impuesta, ni por la ley ni por la fuerza, sino por el despertar de la conciencia individual. A nadie le está negado aprender, siempre y cuando confíe en que aprenderá. Y para ello, para establecer esa confianza del "tu puedes saber" está el maestro emancipador... No para explicar una sabiduría reproductora de las injusticias, y así naturalizarlas y admitirlas como normales. No para reconocer la división entre los sabios y los ignorantes, los inteligentes y los tontos, los capaces y los incapaces. Jacotot pertenece a esa tradición magnífica de los maestros que, desde Sócrates, revelan las ignorancias establecidas de un tácito estatuto del privilegio, que preconiza lo inexorablemente desigual. Lo más agresivo de sus teorías y de sus prácticas, fue su condena despiadada y victoriosa sobre lo que él llamaba el orden explicador, que nos toma a todos como seres inferiores. "No hay nada que explicar", dice Jacotot. Nosotros podemos entenderlo, sin que nos lo interpreten Ese orden embrutecedor – una gruesa palabra que él utilizaba - se impone en las sociedades absolutamente pedagogizadas, regimentadas, en las que la mayoría ocupa un lugar que no ha elegido.

Cada uno, hasta el más pobre y el más humilde de los campesinos o los proletarios de las fabricas alienantes de la primera Revolución Industrial, puede entender lo inteligible. Jacotot, que creía en el individuo que se sabe igual a cualquiera, que tiene la voluntad de emanciparse, le decía al hombre de pueblo: si sabes algo, puedes aprender todo lo que quieras, porque, si ponemos voluntad en ello, tenemos todas las ideas que queremos. ¡Todas las ideas que queremos..! ¿Advierte el lector, la dimensión de ese desafío? Es que el problema, para Jacotot, no era la "instrucción del pueblo": se instruye a los reclutas de un ejército disciplinado. Su problema era la emancipación, para que todo hombre del pueblo pueda descubrir su dignidad de hombre, tomar conciencia de su potencia intelectual y de decidir como la utilizará. Porque cada uno es una voluntad servida por una inteligencia, nos dice, a su vez, Ranciére.

El método de Jacotot, la "enseñanza universal", y su objetivo, la "emancipación intelectual", fueron el resultado de experiencias concretas y exitosas, que relató en libros y publicaciones de formidable riqueza y argumentación intachable. No puedo siquiera, claro está, intentar su resumen. Me remito al bello libro de Ranciére. No es ese el objetivo de estas notas, que lo citan como provocación para la siguiente reflexión.

El siglo XIX es el de los educadores y los pedagogos, y de los métodos de enseñanza en todo el mundo. Las ultimas décadas del XX, han sido, en la Argentina, los de su deformación exacerbada, su decadencia y crisis. En el XIX, nosotros tuvimos a Sarmiento: hambriento de educación para su pueblo, absorbió, aplicó, experimentó con todos los recursos pedagógicos de su tiempo y a su alcance. Pero el fue, básicamente un autodidacto, y sin saberlo, aplicó, durante muchos años, algunas de las practicas de Jacotot, y su ficción teórica: "Todos tenemos igual capacidad para aprender, solo que debemos ejercer la voluntad para hacerlo".

Por los mismos años Sarmiento, un gran emancipador, había aprendido el francés con la ayuda de una gramática y un diccionario prestados, en un mes y once días, traduciendo doce volúmenes, entre ellos las memorias de Josefina Bonaparte... En los "Recuerdos de Provincia" afirmaba: desde niño yo he inducido a los demás a aprender...

"A menos de volverse privilegio y reproducción de injusticia, la educación no puede desentenderse de una cadena asociativa que relaciona distribuir, compartir y repartir, formar parte, tomar parte, conocer y reconocer" afirma Graciela Frigerio, que no se cansa de resalta la misión emancipadora del maestro ("Educar, ese Acto Político", Del Estante Editorial, Bs.As. 2005). Pero ocurre que ese es precisamente, el nudo del drama educativo de la Argentina: el sistema ya no cumple ninguna función, ni liberadora, ni igualitaria, ni siquiera utilitaria al servicio de un determinado modelo de sociedad.

Si hay algún sistema que está en crisis en la Argentina, según una suerte de reconocimiento unánime, es el sistema educativo. Es un desbarajuste integral, desde el nivel primario hasta el universitario. Es curioso que de esa opinión homogénea pero superficial, no surja del examen critico y el debate iluminador una propuesta sincera y audaz. Todo se reduce a la afirmación de la importancia de la educación, y al hecho de que el Gobierno no haga nada o haga poco y mal. O que simplemente esté desinteresado por cuestión tan importante para el desarrollo económico del país, como si de eso se tratara. No es casual, sin embargo, que pocas veces se discuta en qué consiste esa crisis, cuales son sus causas, hasta que punto se las quiere revelar y relevar.

Arriesgo una hipótesis: el sistema, incluyendo el sector estatal y el privado, ha perdido su sentido igualitario, aunque lo invoque y lo proclame, o lo normatice en sucesivas "reformas" y "contrareformas". Precisamente en los tiempos en que las técnicas didácticas, las estrategias comunicacionales, el avance de la informática, han hecho avances espectaculares, no se sabe cuál es el norte de la pedagogía. Y sin embargo, no existe nada mas reglamentado, estudiado, regido, sistematizado, evaluado, pero al propio tan premeditadamente desarticulado como esa selva de pequeñas políticas parciales, - sindicales, corporativas, didácticas, edilicias, organizacionales -, una cerrada selva de proyectos superpuestos y contradictorios. De tal modo que al final, no hay ninguna política. Todo resulta siendo formación, metodología, instrumentación, institucionalidad geométrica y cristalizada, inoperante e inútil, descreída e increíble. ¿Puede sospecharse que la perfección de estos dislates y carencias sea el efecto realmente querido de una política oculta, que no cree lo que anuncia y se burla, en la intimidad de los despachos, de sus falsas proclamas?

La buena voluntad y las buenas intenciones "progresistas" han caído, por lo demás, en una rutina de queja que se parece cada vez más a la cobardía. En estos casos, como en tantos otros en la Argentina, se glorifica al educador, que padece los malestares del sistema, y se lo excusa porque las condiciones sociales y económicas que sobrelleva hacen que la sociedad sea ineducable. Aberrante conclusión, que reafirma la impotencia o, peor aun, ratifica la normalidad de lo injusto. Por un lado se proclama la libertad de enseñar, la búsqueda de excelencia, la selección de los mejores, se construye la desigualdad natural, y se pretende dejar todo a las iniciativas de una sociedad de mercado. Mientras que por el otro, se repite el discurso de que la educación publica es la única que iguala y da oportunidades para todos. Entonces se alega el papel preponderante y obligado del Estado, inscripto en la Constitución. Pero esa obligación aparece como una pesada carga imposible de ser arrastrada por el Gobierno, al que nunca le alcanza el presupuesto. Él es, desde luego, el principal responsable, no porque sea la de educar al soberano, como lo es, su misión indelegable. Sino porque sus funcionarios, mas que expertos resignados, debieran ser entusiastas, esperanzados y convencidos ejecutores de la política educativa emancipadora, que es la política democrática por excelencia.

Qué bien nos vendrían, pues, los vientos ya lejanos de las experiencias azarosas de Jacotot, los ecos de la epopeya sarmientina, el impulso de nuestros reformistas de 1918, o, por buscar algún ejemplo más cercano, los proyectos de la Universidad que en 1966 – cuando era la más moderna y prestigiosa de América - fue aniquilada por una dictadura retardataria y dogmática. Si aquellos vientos, esos ecos e impulsos o estos proyectos se reactivaran: ¡Atención a los oligarcas de la seudo academia, a los sátrapas de la ciencia pedagógica, a los pedantes de una universidad escondida y mezquina en sus pequeños privilegios de fracasada burocracia! Habrá llegado el momento, entonces, como otros en la historia, en que se comprenderá que la educación, como la libertad, no se otorga: se conquista y se gana.

*Publicado en la Revista "ENFOQUES CRITICOS", Buenos Aires, Noviembre-Diciembre de 2005.