LA PRENSA AMARILLA




Viaje al estigma de las pereiranas

Por Jaime Eduardo Prieto Osorio (desde Cundinamarca, Colombia). Sentado a la mesa, mientras espera a que su esposa le sirva el desayuno, un cuarentón empresario español empieza a hojear la edición dominical del diario El Mundo de Madrid. El titular de un artículo llama su atención: Viaje a la cuna de las prostitutas.
Como cliente habitual de los clubes nocturnos de Madrid, donde decenas de jóvenes y atractivas mujeres satisfacen los apetitos sexuales de cientos de españoles de todas las edades, profesiones y condiciones, el hombre se detiene a leer la crónica que firma una reportera llamada Salud Hernández. Espera encontrar en ella alguna novedosa información sobre las muchachas cuyos cuerpos ha comprado tantas veces, para su deleite y el de los clientes y proveedores de su empresa.
Inicialmente pensó que la crónica describiría los sectores deprimidos de cualquier ciudad española, las favelas de Río de Janeiro, los tugurios de la República Dominicana o los barrios antiguos de Budapest y Bucarest. Pero no fue así; según el título del artículo la cuna de las prostitutas es Pereira, una ciudad colombiana, capital del departamento de Risaralda, de la que nunca ha oído hablar y cuyo nombre sólo le recuerda el apellido de un compañero de clase en el Instituto de la Empresa.
Este ejecutivo empezó a frecuentar los burdeles de lujo madrileños pocos años después de casarse, cuando descubrió que su esposa ya no le atraía. Ella se había convertido en una amante aburridora y aburrida, muy distinta de la mujer interesante, seductora y apasionada de la que se enamoró fácilmente, y con quien fue feliz hasta que se casaron.
Después de varios años dedicados exclusivamente a su esposa, a sus hijos y a su empresa, creyó haber perdido la capacidad y el encanto para conquistar a las mujeres, y optó por comprar afecto, caricias y placer. Así entró a formar parte de un mercado en que millones de hombres demandan los servicios sexuales de cientos de miles de mujeres que ofrecen sexo por dinero, tanto en Tokio como en Los Ángeles, en Ámsterdam como en Buenos Aires.
A medida que avanza en su lectura se da cuenta de que el titular nada tiene que ver con el contenido del artículo. Peor aún, se siente mencionado en él, como uno de los consumidores de las víctimas de los traficantes de mujeres. Ignora que el título fue redactado por un editor de base que, con clara intención sensacionalista y llevado por la superficialidad y el facilismo que cunden en las nuevas generaciones de periodistas, no midió las consecuencias dañinas de su desatino.
El titular amarillista del editor de El Mundo tergiversó completamente el contenido del artículo de Salud Hernández-Mora, una valerosa columnista del diario El Tiempo de Bogotá, quien cada domingo da muestras claras de su compromiso con la verdad y de su amor por Colombia, país en el que reside.
Su crónica tenía por objeto mostrar una tragedia social de las que a ella tanto le duelen, pero la desafortunada intervención del editor, combinada con el hecho de que la gente ya no lee sino que apenas hojea los diarios, o da un vistazo a los titulares y eventualmente a los primeros párrafos de los artículos más llamativos hizo el resto.Entre las numerosas personas que han levantado sus voces de protesta contra el reportaje, muchas nunca lo leyeron y se tragaron enteros los argumentos demagógicos de la alcaldesa de Pereira, Martha Elena Bedoya, la gobernadora de Risaralda, Elsa Gladys Cifuentes, y varios concejales, diputados y congresistas de la región, quienes han condenado a la periodista, sin aceptar el atenuante del error del editor.
Es fácil suponer que, como en el pasado, lo mismo habrían hecho con cualquier periodista colombiano que se hubiera atrevido a tratar el tema, aun con el mayor rigor periodístico: habrían querido declararlo persona no grata. Y peor si hubiera sido un periodista de la región: lo habrían desterrado.
Lo malo de todo esto es que en lugar de aprovechar esta circunstancia para presentar al país y al mundo los programas que están ejecutando las entidades oficiales y las ONG's en Pereira y Risaralda con el fin de crear condiciones de vida dignas para las jóvenes que son buscadas por los traficantes de mujeres, e inculcarles amor y respeto por sí mismas, las autoridades se han dedicado a recoger firmas para ejercer una acción de tutela que restaure el buen nombre de las mujeres pereiranas.
No han entendido aún que la honra, el prestigio y la imagen de las personas y las comunidades se basan en las realidades personales y sociales. De ninguna manera se crean o restablecen por decreto o por intervenciones judiciales. La forma más efectiva de cambiar una mala imagen es cambiar una mala realidad.
Es cierto que el ejercicio de la prostitución existe desde los albores de la historia en todas y cada una de las ciudades del mundo. Pero también es cierto que la única definición de prostitución no es la que presenta el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. También existe la prostitución de los principios, los valores y las ideas.
No se entiende entonces que la sociedad pereirana no se haya escandalizado a lo largo de los últimos veinte años, cuando jovencitas de familias ilustres se vendieron a quienes hicieron sus fortunas en el nefasto negocio del narcotráfico, a cambio de joyas, viajes y lujosos carros y apartamentos.
Lo que estas costosas prostitutas han hecho es peor que el pecado de las mujeres que provienen de estratos sociales inferiores, que se prostituyen para sobrevivir y a quienes la sociedad desprecia, al extremo de no preocuparse por trabajar a fondo para brindarles opciones distintas a la de prostituirse.
Mientras esto ocurre; es decir, mientras las autoridades de Pereira y Risaralda se vuelven serias y dedican sus energías a trabajar en el sentido correcto, esperemos que un día no muy lejano El Mundo de Madrid dedique algunas de sus crónicas a analizar la degradación de la sociedad española y la aburrida sexualidad de las españolas casadas, lo que sin duda contribuye al creciente interés de sus hombres por unas pobres y exóticas mujeres, vilmente explotadas y esclavizadas.