Editorial

La cuestión social en Cuba no es un problema político sino moral

"¡Bienaventurados los pobres porque de ellos será el reino de los cielos" (Vers. 20 Cap. VI Evangelio de Lucas).
"Ay de vosotros los que estáis hartos porque tendréis hambre, ay de vosotros los que reís, porque lloraréis y gemiréis" (Vers 25, Cap. VI Evangelio de Lucas).
"Da lo que te pidan y al que se apodere de lo tuyo no se lo reclames" (Vers. 30 del Cap. VI, Evangelio de Lucas).
"Vende lo que tengas y dáselo a los pobres" (Vers. 33 del Cap. XII, Evangelio de Lucas).
"El que no renuncie a todo lo que tiene no puede ser mi discípulo" (Vers. 33 Cap. XIV Evangelio de Lucas).

Por Humberto Rovira D.

Muy poco saben de comunismo aquellos cubanos que opinan, critican, discuten y se enfervorizan con los problemas de su tierra natal, o de la de sus antepasados, apoltronados cómodamente en los sillones de sus apartamentos en Miami o los que realizan sus acostumbradas caminatas de ocio por Ocean Drive en South Beach. Tampoco saben mucho los que debieron huir de Cuba cuando "las papas quemaban" por miedo a perder sus privilegios.
En realidad, ninguno de ellos quiere saber nada de comunismo: ¡Vade retro, Satanás! El comunismo es el enemigo número uno, y, en particular, de la Iglesia Católica, Apóstolica y Romana, de la que la mayoría, por no decir todos, son fieles y confesos seguidores.
Alguien ha escrito en estos días que el comunismo es "un credo religioso" ¿por qué no? Los libros sagrados distinguen algunas de sus bases cuando en Jerusalén se puso en práctica la entrega de los bienes a la comunidad por los cristianos. El apóstol Lucas (*) refiere en el capítulo IV de "Los hechos de los apóstoles" esa fase inicial del cristianismo judío, lo siguiente:
"Y de la muchedumbre de los creyentes el corazón era uno y el alma una y ninguno de ellos decía ser suyo popio nada de lo que poseía, sino que todas las cosas les eran comunes... Y no había ninguno necesitado entre ellos, porque cuantos poseían campos o casas las vendían... Y lo ponían a los pies de los apóstoles y se repartía a cada uno según lo que había menester; y José como tuviese un campo y lo vendió y llevó el precio y lo puso a los pies de los apóstoles".
Nótese la exacta coincidencia con el apotegma bolchevique "a cada uno según sus necesidades", que los anticastristas consideran tan degradante para el hombre. Sin embargo, viene de Jesús y los apóstoles.
Para administrar los bienes de la comunidad se creó, según Lucas, el comité (soviet) de los siete diáconos y nombra a los elegidos que lo fueron por votación entre todos, y se llamaban: Esteban, Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás.
Refiere también Lucas en los "Hechos" el episodio terrible en el que un hombre y su mujer pagaron con su vida el delito de haber ocultado una parte de sus bienes y haber jurado en falso. Es interesante transcribirlo del capítulo V, versículos 1 a 10.
"Y un varón de nombre Ananías con su mujer Safira vendió un campo y defraudó del precio consintiéndolo su mujer y llevando una parte la puso a los pies de los apóstoles. Y dijo Pedro: Ananías ¿por qué tentó Satanás tu corazón para que mintieses tú al Espíritu Santo y defraudases del precio del campo? Tú no mentiste a los hombres, sino a Dios.

"Ananías luego que oyó estas palabras cayó y expiró; y vino un gran temblor sobre todos los que lo oyeron y levantándose unos mancebos lo retiraron y llevándole lo enterraron.

"Y de ahí como al cabo de tres horas entró también su mujer, no sabiendo lo que había acaecido. Y Pedro le dijo: ¿Dime, mujer, vendiste por tanto? Y ella dijo: Sí, por tanto. Y Pedro a ella: ¿Por qué os habéis comcertado para tentar al Espíritu Santo? He aquí la puerta los pies de los que han enterrado a tu marido y te llevarán a tí. Al punto cayó ante sus pies y expiró. Y habiendo entrado los mancebos la hallaran muerta y la llevaron a enterrar con su marido".
Esa comunidad cristiana de Jerusalén fue una organización comunista perfecta desde la muerte de Jesucristo hasta la desaparición de los apóstoles. No subsistió porque no podía subsistir. Jesús no supo ver que si el poder político no pasaba a manos del proletariado los ricos serían más fuertes que los pobres. Los fariseos y saduceos lo vencieron y lo crucificaron y su construcción inconsistente desapareció con el tiempo.

La traición de la Iglesia Católica

No me propongo con estas reflexiones enlazar el cristianismo primitivo y el marxismo actual. El concepto social de Jesucristo era útópico y demagógico y el de Carlos Marx, filosófico y orgánico; pero uno y otro sistema son eslabones de una cadena que se cortó hace dos mil años.
La Iglesia de Roma fue poco a poco aligerándose de la carga de idealismo y "humanitarismo" que había creído legarle Jesús y el edicto de Milán le dio en el siglo IV el rango de Iglesia oficial del Imperio Romano moribundo, y pronto sus Papas se parecieron más al sumo pontífice saduceo Caifás que al romántico nazareno que lo despreciara y apostrofara.
La desgracia de Jesús no consiste en haber sido crucificado; mártires ha habido muchos y muchas veces también han fructificado y vencido las ideas en cuya defensa se derramó su sangre; la desgracia de Jesús y, al mismo tiempo, su fracaso, consiste en haber dado su vida y que nada de lo que él apostrofaba haya cambiado. La desgracia de Jesús consiste en haber dado el triunfo a una Iglesia que restaura sin variantes los caracteres típicos de la Iglesia impura de Jerusalén, su victimaria.
Por eso, la discusión y la crítica que apuntan a Fidel Castro y a los hombres que lo secundan, esconde la verdadera raíz de la controversia: la lucha de clases, un tema que nadie osa discutir, so pena de quedar pisoteados bajo sus propios valores morales.
La Iglesia católica también ha intentado disimular esta controversia desde hace siglos. Y, efectivamente, lo ha venido logrando, porque ha adjudicado todas las desigualdades a la voluntad divina. ¿Es que el hombre debe abandonar todo esfuerzo sobre la tierra? ¿Por qué se ha de abandonar la ilusión y la voluntad de hacer mejor vida?
Lejos de mí la idea de que la Iglesia adhiera al comunismo. De tomar esa actitud perdería lo que más estima en su vasta grey de fieles: los ricos. Que continúe en su posición, que es lógica con su ideología contraria a la de Cristo y le es provechosa; pero los libros sagrados son los testigos incólumes que Jesús pensaba y obraba en desacuerdo con la Iglesia Católica actual, que ha evolucionado desde hace muchos siglos hacia el polo opuesto de lo que él decía y hacía.
Los logros de la revolución y la cuestión social
La revolución cubana logró destruir totalmente la estructura que tenía la sociedad en las épocas de Fulgencio Batista y creó y continúa creando pese a los esfuerzos de los lacayos del capitalismo, un orden nuevo. Bueno o malo sigue siendo un orden nuevo.
En Cuba, suceda lo que suceda, no volverá a entregarse la tierra a los terratenientes, ni a los generales, ni a los monasterios, privando de ella a los paisanos, ni se restaurarán las clases sociales destruídas, ni se cerrarán las escuelas que han hecho descender la proporción del analfabetismo de 82 a 8 por ciento, ni se abolirán las pensiones obreras, ni se repudiará la obligación del Estado de proporcionar trabajo a todos los habitantes. Sobrevendrán crisis y convulsiones políticas y seguramente pasará el poder de unas manos a otras, pero, nunca se abrogarán las reformas que hoy tienen la adhesión unánime del pueblo: la Revolución Cubana no está en discusión aunque se pueda discutir sobre quién o quiénes serán los encargados de continuarla.
La verdadera línea que separa a los combatientes: anticastristas por un lado y al pueblo cubano por el otro, es la batalla social, emanada de dos conceptos conocidos, la equiparación del trabajo a una mercancía ofrecida en el mercado a menos de su valor de producción y la apropiación individual de los bienes naturales, problema que vienen atravesando todos los países de América Latina (menos Cuba, por supuesto). De ahi surgen las desigualdades y los privilegios y por ese mismo camino se ha llegado a la formación del capital, rey omnipotente del mundo.
Las clases privilegiadas desempeñan un papel que es para muchos indispensable en el desenvolvimiento material y moral del mundo. Por lo tanto, la sola idea de su supresión es considerada catastrófica, o bien, una utopía. Los intereses que afectaría son enormes y, fuera de toda duda, desaparecerían muchos refinamientos y halagos de la vida. Por lógica consecuencia tendría menos estímulos la iniciativa individual.
Las clases privilegiadas forman la minoría numérica, en tanto, que la mayoría constituida por la clase proletaria está obligada a trabajar aunque sea con insuficiente remuneración. Esta situación se perpetúa mientras en el resto del planeta se mantengan intactos los regímenes actuales de la propiedad privada y del trabajo asalariado.
¿Cuál es entonces el interés más respetable? ¿El de los menos o el de los más? ¿Hay justicia en que la mayoría de los seres humanos soporte condiciones insuficientes de vida y se permita a los menos, constituídos en clase privilegiada, gozar de todas las satisfacciones que proporciona la abundancia? ¿Dónde está la moral del capitalismo y de quienes lo defienden y hasta matan por su mantenimiento a ultranza?
Planteada la cuestión de esta manera, para un lector imparcial y apolítico, la respuesta parece clara y simple. Sin embargo, el problema es más complejo porque la destrucción del orden burgués-capitalista acarrearía la miseria general en sustitución de la miseria de la clase proletaria y además la destrucción de la cultura en el mundo. Las situaciones extremas agravan los problemas no los solucionan.
Pese a las dificultades, políticas, económicas y sociales, el éxito o el fracaso de la socialización de Cuba es hoy un tema de discusión generalizado, porque el sistema, abordado y saboteado desde hace 48 años por los EE.UU. y los grupos de exiliados cubanos, ha logrado sobrevivir aunque no funcione en algunos aspectos mejor que las sociedades burguesas.
Cuba, ¿es un mal ejemplo para América Latina?
Lo peligroso, lo que se ha tratado de impedir en todo este tiempo, es que otros países tomen a Cuba como modelo para sus desarrollos en América Latina.
Venezuela, como en su momento lo fue la Cuba del alineamiento con la Unión Soviética, es una bomba de tiempo, porque dispone de suficiente poder económico para iniciar su camino hacia una socialización. Es obvio que, sin dinero, sin financiación internacional o sin fondos disponibles que surjan del comercio exterior, todo se hace cuesta arriba.
Un autor imparcial argumentó hace un par de décadas sobre el problema cubano diciendo: "Dejen a Cuba diez años de paz y será un país, aunque pequeño, comparable con los mejores del mundo".
Si Cuba hubiera realizado con éxito el programa de Marx, hubiera abierto un camino que tarde o temprano recorrerían las demás naciones de América Latina. Bastaría que en 10 o 20 años el cubano sobrelleve mejores condiciones que la de otros países que lo circundan para que la situación se tornara insostenible. Esto es lo que los EE.UU. y los exiliados cubanos no están dispuestos a tolerar.
Otra latinoamérica se ve en el horizonte
Un movimiento de pueblos de América han surgido a partir de los cambios motivados como consecuencia de las crisis económicas de la región. Argentina, Brasil, Uruguay, Chile y Venezuela, principalmente, vienen de la mano de gobiernos de indudable tendencia socialista que todavía se encuentran en una etapa moderada. Estos avances han sido ganados con el imperio de la democracia en América Latina.
Las opiniones que hoy vemos circular ante nuestros ojos, aunque vienen de posiciones irreductibles, disímiles y contradictorias, y la mayor parte de las veces hasta soeces y agresivas, durante muchos años fueron abstractas. La cuestión social en América Latina y la problemática de Cuba y Venezuela son tema de discusión en numerosos foros internacionales, por obra de la revolución cubana.
Esto es, sin duda, un avance que mueve a ser optimistas.
El tiempo dirá.
(*) Lucas a secas y no San Lucas, porque nunca pudo haber sido santo en vida.